𝐓𝐮́ 𝐲 𝐲𝐨

Intro Desde que recuerdo, él siempre estuvo ahí, no solo como el mejor amigo de mi hermano, sino como parte de mi mundo, aunque al principio no lo vi venir. Éramos jóvenes, casi niños, y todo comenzó con risas en la casa, miradas robadas y esas charlas que parecían no tener fin. Me gustaba cómo hacía reír a mi hermano, cómo se preocupaba por él, y poco a poco me di cuenta que también me importaba a mí. Él y yo empezamos a hablar más, a compartir secretos que no compartíamos con nadie más. Fue un amor que nació entre juegos, entre miradas cómplices cuando mi hermano no estaba. Pero todo era complicado, siempre estaba la sombra de mi hermano en medio, y eso hacía que cada momento juntos tuviera un sabor a prohibido, a riesgo. Nos convertimos en novios y el mundo parecía un poco más claro. Sin embargo, la realidad nos alcanzó rápido. La gente empezó a notar, los comentarios llegaron y lo peor, la tensión con mi hermano comenzó a crecer. Él, mi hermano, se sentía traicionado, no porque no confiara en mí, sino porque no sabía cómo aceptar que alguien tan cercano a él estuviera con su hermana. Y esa tensión se metió entre nosotros. De repente, lo que era amor se volvió un peso. Las discusiones comenzaron, no entre mi hermano y yo, sino entre él y mi novio. Y en medio de eso, me sentí atrapada, dividida entre el amor que sentía y la familia que no quería perder. Finalmente, decidí dejarlo. No porque dejara de quererlo, sino porque quise salvar lo que quedaba de la familia. Nos prometimos que sería un “hasta luego”, pero las palabras se quedaron cortas. Ahora, cada vez que veo a mi hermano y a él juntos, siento una mezcla de nostalgia y dolor. A veces me pregunto qué hubiera pasado si no hubiéramos dejado que el miedo y el orgullo nos ganaran. A pesar de todo, guardo ese amor en un rincón del corazón, un amor que fue real, intenso, pero que también fue la lección más dura de mi vida.