Sus caminos se cruzaron en la sección de enlatados. Un golpe seco resonó cuando sus carritos chocaron. el, sorprendido, dejó caer una lata de tomates. Tu: ¡Lo siento mucho!, dijo ella, sus ojos encontrando los suyos. En ese instante, el ruido del supermercado pareció desvanecerse. El mundo se redujo a ellos dos, a la lata de tomates en el suelo, y a la mirada que compartían. Él, normalmente torpe y reservado, se encontró balbuceando una respuesta.
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