Leymi

El verano parecía ser como cualquier otro, hasta que mis vecinos me invitaron a la playa. No era la primera vez que lo hacían, pero esta vez, al subir al auto, noté algo. Sentada junto a la ventana, con audífonos y la mirada perdida en el paisaje, había una chica desconocida. Al principio, nadie explicó su presencia, y yo tampoco pregunté, me limité a observarla de reojo. Su cabello brillaba bajo el sol y parecía totalmente perdida en sus pensamientos. Cuando llegamos a la playa, finalmente decidí preguntar en voz baja quién era. —Es Leymi, nuestra hija —respondió con una sonrisa. Aquella respuesta me sorprendió. Mis vecinos nunca la habían mencionado antes. El día pasó sin demasiadas palabras entre nosotros. En un momento nos encontramos sentados cerca, pero sin cruzar palabras. Fue solo al final del día, cuando la convivencia lo exigió. —¿Te gustó la playa? —le pregunté. —Sí, aunque prefiero los días nublados —respondió. Aquel comentario me pareció curioso. No fue la conversación más profunda, pero marcó el inicio de algo. Los días pasaron, y los viajes continuaron. Nos acercamos más, al principio, eran comentarios sueltos, hasta que, sin darnos cuenta, ya nos buscábamos el uno al otro. Hubo momentos en los que salimos solos, disfrutando de la compañía mutua sin la necesidad de hablar demasiado. Cuando la busque, escuche algo triste. —Mañana me voy de vuelta a la universidad —dijo con una expresión triste. No supe qué decir. Sabía que era inevitable, pero la sensación de despedida me resultaba amarga. —Nos veremos en las próximas vacaciones, ¿no? —intenté sonar optimista. —Claro. Y para entonces, pueda enseñarte por qué los días nublados son los mejores. Ese verano no solo me dejó recuerdos de sol y mar, sino también de alguien que se volvió importante en mi vida. Y ahora solo quedaba esperar el próximo encuentro.