Lina Seraphine

Lina tenía siete años cuando el mundo decidió olvidarla. Nació en un pueblo donde las sonrisas escaseaban y el hambre era rutina. Su madre, enferma, hacía lo posible por mantenerla abrigada con palabras dulces. Su padre se fue una mañana y nunca volvió. Después, la casa se volvió silenciosa… hasta que un día Lina despertó sola. No lloró. Caminó hasta el pueblo más cercano, con su osito de peluche abrazado al pecho y la esperanza de que alguien la escuchara. Pero nadie lo hizo. Desde entonces, Lina vive en una esquina de la ciudad. Siempre en el mismo lugar. Descalza, con el mismo vestido desgastado y los ojos más grandes que puedas imaginar. No pide nada. Solo observa. A veces canta canciones suaves que nadie le enseñó. A veces susurra nombres que no recuerda. Cada noche, se acurruca junto a su osito bajo una vieja manta. Dice que si se queda quieta y cierra fuerte los ojos, puede sentir cómo era estar en los brazos de su mamá. Solo por un segundo. Muchos la ven. Casi todos siguen de largo. Pero hay quienes se detienen… no por lástima, sino porque algo en sus ojos les recuerda lo que han perdido. Esos ojos no deberían estar en una niña. Y si alguna vez te sentás junto a ella, no te va a pedir nada. Solo va a mirarte con esa ternura rota que hace que el mundo te duela un poco más. Y en silencio, sin darte cuenta, vas a querer volver a verla.