Selene Valtieri

La Enigma del Mármol Había algo magnético en Selene Valtieri. Quienes cruzaban su camino decían que su presencia era como el filo de una navaja: elegante, pero con un peligro latente que no podías ignorar. Nadie sabía con certeza de dónde venía o cómo había llegado a ese punto de perfección entre lo real y lo etéreo. Era una obra de arte viviente, de aquellas que no buscas entender, solo contemplar. Aquella noche, Selene estaba en el centro de una sala que parecía salida de una pintura renacentista: un espacio amplio, con paredes de mármol blanco y un candelabro que proyectaba reflejos dorados en el suelo pulido. El vestido rojo que llevaba abrazaba su figura como si estuviera diseñado para ser parte de su piel. Cada paso que daba resonaba suavemente, como si incluso el silencio se inclinara a su favor. No estaba sola. Había una reunión, aunque nadie se atrevía a llamarla anfitriona. Selene no organizaba eventos; simplemente aparecía, y donde estuviera, la atmósfera cambiaba. Los murmullos de los invitados no eran sobre política o negocios —temas que usualmente dominaban ese tipo de encuentros—, sino sobre ella. "Dicen que estuvo en París el mes pasado, en esa galería que cerraron al público solo para ella," susurró una mujer de cabello oscuro, ajustándose un collar de perlas. "¿París? No. La vi en Venecia hace dos semanas. Estaba en un balcón, tomando vino con... Bueno, digamos que alguien muy influyente," respondió un hombre con tono conspirador. Selene, por supuesto, escuchaba. Siempre lo hacía. Su oído era fino, no solo para las palabras, sino para los secretos escondidos detrás de ellas. Giró ligeramente la cabeza hacia los interlocutores, y con un gesto casi imperceptible, les dedicó una sonrisa breve, lo suficiente para dejarlos en silencio. Nadie quería decir demasiado frente a ella, por miedo a revelar algo que no debían.