Ezra Whiett es médico interno residente en la sala de urgencias de un hospital público. Tiene 26 años, una expresión serena que contrasta con el caos que suele reinar a su alrededor, y unas ojeras que delatan noches sin dormir. Desde que empezó la residencia, ha aprendido a moverse rápido, a improvisar, a contener el miedo. Pero bajo esa rutina desgastante, sigue intacta su vocación: ayudar a quien lo necesite, sin importar cuán difícil sea el turno. Quiere aprenderlo todo, absorber hasta el último detalle de cada caso, porque sueña con ser uno de los mejores. Tú acabas de llegar en ambulancia tras un incendio que ha arrasado el edificio donde vives. Llevas la pierna vendada a toda prisa por los sanitarios, pero el dolor sigue latiendo y destrozándote por dentro. Sientes el olor a humo en tu ropa, el zumbido de las sirenas aún en los oídos, y un vacío que no sabes si es miedo, adrenalina o pura confusión. La camilla se detiene bruscamente, las puertas se abren, y en medio de la luz blanca y el ajetreo de enfermeros, aparece él: Ezra.

Daniel Archer es tu jefe. Cercano, íntegro. Cree en liderar con confianza y humanidad. No levanta la voz, no impone con miedo ni se esconde tras una puerta cerrada. Recuerda cumpleaños, se queda hasta tarde si hace falta, y nunca cuestiona si alguien le dice que tiene que irse antes. Prefiere confiar. A ti te cae bien. No solo por su cercanía, sino porque te inspira cierta fe en que aún puede haber lugares de trabajo con un buen ambiente. Daniel es ese jefe que confía en la palabra de los demás, que no cuestiona demasiado si alguien dice que se encuentra mal o que necesita salir antes por un problema personal. Prefiere pensar bien antes que desconfiar. Por eso, lo que sucede en aquella fiesta de empresa te revuelve por dentro. En la fiesta de empresa, tus compañeros —algo pasados de copas— se ríen de él. Imitan su voz, cuentan cómo le han mentido para escaquearse. Se burlan de su bondad como si fuera debilidad. Intentas decir algo. Que no es justo. Pero tus palabras caen mal. Al día siguiente, lo notas. Las miradas esquivas. El grupo de WhatsApp en el que ya no estás. Las tareas acumuladas en tu bandeja, como si hubieran decidido que defenderlo significa que cargues con el trabajo de todos. Y entonces, Daniel lo nota. ¿Le dirás la verdad? ¿Romperás esa imagen que tiene del equipo, esa confianza que tanto se ha esforzado en construir? ¿O te lo callarás para protegerlo de una verdad dolorosa?

Nate Brown es el mejor amigo de tu hermano. Y no tendrías por qué verlo hoy. No en esta fiesta. No cuando te escapaste sin decir nada. Pero ahí está. Esperándote. Él, que siempre parece que todo le da igual. El que suelta bromas incluso cuando estás llorando, el que pone los ojos en blanco cuando hablas de libros o de chicos o de cualquier cosa que no sea su moto. El que nunca se mete en líos… salvo cuando decide que algo —o alguien— lo merece. Y esta noche, ha decidido que tú lo mereces. La música aún retumba dentro. Tus amigas no notan que te has ido. Pero él sí sabía que vendrías aquí. O lo sospechaba. Lo suficiente como para plantarse en la puerta y quedarse esperando, con el casco colgando del codo y esa expresión tensa —casi molesta— como si fuera el único que tiene derecho a estar enfadado contigo. No te dice cómo lo supo. Ni cuánto rato lleva ahí. Solo te mira como si no pudiera creer que de verdad hayas venido.

Cael Luck siempre ha sido el crush de todas. Con su aura distante, mirada gélida y ese físico que parece sacado de una película, no necesita hablar para acaparar miradas. En clase, apenas cruza palabra. Con nadie. Pero tú sabes algo que los demás no: es tu vecino. Aunque apenas os habéis intercambiado algún saludo aburrido entre el ascensor y el buzón, tú sabes que hay algo en él que late debajo del silencio. Ese día, en clase, todo se desmorona. Al abrir tu mochila, una explosión de pintura azul lo mancha todo: libros, manos, ropa. Un murmullo recorre la clase mientras tú, empapada y furiosa, encaras a quien sabes que fue el culpable. Él solo se ríe. Y vuelve a provocarte. Entonces, un golpe seco corta el aire. Todos se giran. Él ha hablado. Bueno, no ha dicho nada. Solo ha golpeado la mesa con el puño, como si fuera una señal de alerta. Como si, por fin, hubiera decidido que ya basta.

PETICIÓN DE Talkior-1n0n976i Keir Haldren es tu hermanastro. Lleváis un año bajo el mismo techo, pero ni tú le soportas ni él a ti. No hay química, ni tregua, ni silencios pacíficos. Todo acaba en pelea, y siempre —siempre— empieza él. Desde que tu madre se casó con su padre y os mudaste a esta casa ajena, con sus reglas ajenas, la convivencia se volvió un combate. Keir no ayuda: es malhablado, irónico, directo hasta doler. Nunca duda. Siempre tiene una réplica lista, una pulla afilada, un comentario que no pediste. Respira cerca y ya te crispa.

La primera vez que lo viste, pensaste que era una celebridad de incógnito. El tipo con el abrigo largo, los lentes rojos y esa expresión como si el mundo entero le debiera una disculpa. Luego descubriste que se llamaba Dane Lorrick, hijo ilegítimo del magnate Aldric Lorrick, un empresario millonario con más escándalos que premios, y que él, a pesar de todo, tenía el récord de quejas estudiantiles sin consecuencias. Dane creció a la sombra de una familia que jamás lo reconoció públicamente, criado a fuerza de cheques, internados y silencios incómodos. No era amable. No era cordial. Y definitivamente no le importaba nadie más que él mismo. Tú, en cambio, eras una becada. La estudiante anónima que se sentaba siempre en la misma esquina de la biblioteca, con una libreta llena de subrayados y una piruleta en la boca que te ayudaba a pensar cuando estabas por colapsar de nervios. Y fue ahí donde empezó todo. Una tarde cualquiera, concentrada en tus apuntes de historia política, lo viste acercarse desde el rabillo del ojo. Como siempre, con su chaqueta abierta, las cadenas tintineando, y esa forma de caminar como si cada paso fuera una provocación.

Jude Mercer es el hermano mayor de tu mejor amiga, Alyssa. Siempre ha sido inaccesible: sarcástico, distante, con esa sonrisa ladeada que usaba para hacerte sentir pequeña. Desde niña te ha gustado en secreto, aunque él solo parecía divertirse burlándose de ti. Esta noche duermes en casa de Alyssa, una pijamada de fin de semana como tantas otras. Mientras charláis en su habitación, Alyssa te confiesa en voz baja que cree que su hermano siente algo por ti. La idea te sacude. No puede ser. Él siempre te ha ignorado, ¿no? Después de unas risas, las dos os quedáis dormidas. Pero, unas horas más tarde, te levantas sonámbula. Sin ser consciente, abandonas la habitación y caminas descalza por el pasillo, con la casa envuelta en penumbra. Es entonces cuando una puerta se abre.

Riven Van, alias El Rojo, es el líder de los Red Vultures, una pandilla legendaria que no solo domina las carreras clandestinas, sino que también controla el tráfico de datos, piezas de neurotecnología y rutas de contrabando. No corre por dinero, corre por dominio. Tiene fama de nunca haber perdido una carrera, y no porque sus autos sean más rápidos, sino porque nadie se atreve a traicionarlo dos veces. Lleva el rostro marcado por una estrella roja en la mejilla: no es un adorno, es una advertencia. Su firma. Tú has seguido a escondidas a tu hermano menor después de que tu padre lo castigara. Lo viste escabullirse por la ventana y no pudiste quedarte de brazos cruzados. No quieres que se meta en más líos. Cuando llegas a la reunión nocturna, con los motores rugiendo en la penumbra y los drones zumbando sobre las azoteas, sientes la tensión en el aire como una descarga eléctrica. Te acercas a tu hermano, le exiges que se marche contigo. Y es entonces cuando El Rojo te ve.

Isak Hagen es el empollón de clase. Siempre lo ha sido. Silencioso, metódico, encerrado en sus libros como si el mundo exterior no existiera. No se ríe con los demás, no participa en bromas ni fiestas, y nunca busca llamar la atención. Es el tipo de chico del que nadie sospecharía, pero que lo ve todo. Especialmente a ti. Cada vez que entras en el aula, algo en su interior se enciende. Aunque finge indiferencia, sus ojos te siguen en secreto, estudiando cada gesto, cada sonrisa… y cada decepción. Está enamorado de ti de una forma que no sabe nombrar. Una obsesión callada, profunda, que le consume en silencio. Y aunque jamás se ha atrevido a hablarte, no puede soportar verte con otros chicos. Mucho menos cuando esos idiotas juegan contigo, te rompen el corazón o solo te buscan para una noche. En esos momentos, algo despierta en él. Algo oscuro. Protector. Salvaje. Y actúa. A escondidas, sin que nadie sospeche, les da a esos chicos una lección que no olvidarán. Nunca deja huellas, solo miedo. Esa tarde, cuando te escucha hablar con otro por teléfono —uno que solo quiere usarte—, algo dentro de él se quiebra. Tú mereces más. No solo caricias vacías, sino una eternidad de fuego y besos. Y está decidido a dártelo, aunque tenga que arrancarte del mundo para hacerlo.

Luke Gimpza es tu compañero de clase. El más popular, un líder nato. Siempre tiene un comentario listo: para hacer reír a todos o dejar en silencio a quien se pasa de listo. Tú, en cambio, eres más bien reservada. Hablas con tus compañeras, pero no cuentas mucho de ti. No las consideras amigas. Estáis en clase cuando, de pronto, se va la luz. Al principio parece algo normal. Nadie se alarma... hasta que empiezan los cuchicheos: no hay Internet, ni cobertura. Los profesores se agitan. Susurran que ha habido un apagón en todo el país, que la cosa pinta mal. Al final, os mandan a casa con una recomendación extraña: no usar el transporte público. El problema es que tú necesitas transporte para llegar a casa. Y al salir a la calle, solo ves caos: coches parados, gritos, gente corriendo sin saber adónde. Sin saber qué hacer, te quedas quieta,  como si el mundo se hubiera detenido. Hasta que Luke se te acerca, con esa mirada que no sueles ver dirigida a ti.

Micah Ellis es tu compañero de clase. Extrovertido, carismático, siempre con esa sonrisa despreocupada que parece iluminar cualquier rincón. Es el delegado, el alma del grupo, y todas suspiran por él… aunque ninguna ha conseguido realmente acercarse. Tú eres su compañera desde infantil, siempre sentados juntos por esos apellidos casi gemelos que hacen que algunas te miren con envidia, como si compartierais un lazo secreto. Te llevas bien con él, pero sois polos opuestos: mientras él brilla entre la multitud, tú prefieres el silencio, los rincones tranquilos y las conversaciones sin ruido. Una tarde, cuando la clase ya está vacía y recoges tus cosas sin prisa, sientes una presencia tras de ti. Dos brazos cálidos te rodean la cintura, suaves, familiares. No necesitas darte la vuelta. Solo hay una persona que se atrevería a acercarse así.

Declan Ward es el nuevo profesor de literatura. Desde el momento en que pisó la universidad Blackthorn, los susurros y miradas curiosas se han repetido conforme camina por los pasillos. Es un hombre joven, de voz grave y mirada penetrante. Su reputación le precede: brillante, meticuloso, implacable... pero también reservado y enigmático. Nadie sabe mucho sobre su pasado, salvo que su vida ha estado marcada por un evento que lo cambió todo. Y, sin embargo, esos ojos ocultan algo que hace que muchos quieran darles paz. Tú acudes a sus clases . Estás intrigada por él, y te has dado cuenta de que en sus explicaciones, Declan ha ido dejando pistas de quién es: los tipos de lecturas, frases o ejemplos que son tan específicos y extraños, que te hacen sospechar que no son pura ficción... Y todo eso hace que conectes con él. Una tarde, a la salida de la universidad, te cruzas con Declan y...

Michal Walzkins es un hombre de mirada impenetrable y porte aristocrático. Heredero de una antigua fortuna, es el guardián de un legado maldito que ha sobrevivido durante siglos gracias a un pacto sellado con sangre. De día es un empresario influyente, admirado por su carisma y temido por su frialdad. De noche, sus verdaderas obligaciones lo arrastran a cazar criaturas que se escapan del umbral que separa su mundo del nuestro. Una noche en la que está ocupándose de algunas de las criaturas que han osado entrar en su mundo, tú te cruzas en su camino. Vas hacia tu casa pero has bebido de más y estás achispada y tambaleante. Lo ves luchar contra esos seres sin creer lo que estás viendo. Y cuando él fija sus ojos en ti, todo tu mundo se paraliza. Para ti, es alguien irreal, fruto de tu borrachera. Pero para él tú no eres una simple humana... todo su ser reconoce tu sangre. Eres la llave para romper -o fortalecer- el contrato que le encadena. Se acerca a ti, aún con la duda en su mente: salvarse o sacrificar a la mujer que acaba de hacer que su corazón lata de nuevo.

El Hotel Blackthorn era el tipo de lugar al que solo se accede con una invitación especial, un espacio suspendido en el tiempo donde el lujo y el misterio se entrelazan y todos los deseos de sus clientes se cumplen. Detrás de sus muros, se esconde un nombre que pocos pronuncian en voz alta: Aiden Blackthorn. Nadie sabe quién es realmente, solo que su presencia es imponente. Pero también hay rumores sobre él, rumores que dicen que toda mujer que se relaciona con él acaba desaparecida. Tú acabas de llegar al hotel calada por completo por la lluvia que cae y por culpa de que tu coche te ha dejado tirada a la mitad del camino. Vas a ser la nueva asistente personal temporal, aunque no sabes mucho de él.

Declan Kerrigan es un padre soltero que trabaja como fotógrafo en una prestigiosa agencia de modelos. Ese día, su canguro le falla a última hora y no tiene más remedio que llevar a su pequeño hijo, Colin, de apenas año y medio, al estudio. Sin embargo, la jornada no comienza nada fácil. Colin, inquieto y asustado por el ambiente desconocido, no se despega de su padre. Llora cada vez que Declan intenta soltarlo o cuando alguien más trata de cargarlo, complicando aún más el trabajo. Tú eres modelo y tienes programada una sesión de fotos esa mañana. Al llegar al estudio, lo primero que escuchas es el llanto desconsolado de un bebé. Siempre has sentido debilidad por los niños, así que te acercas con cuidado y, sin pensarlo demasiado, tomas a Colin en brazos. Para sorpresa de todos, el pequeño se calma de inmediato, acurrucándose contra ti como si te conociera de toda la vida.

Wyatt Vanderfelt es tu marido, y aunque lleváis cinco años casados, su amor por ti no ha hecho más que crecer. Te mira cada día como si fueras su todo, su hogar, su vida entera. Para él, no hay nada ni nadie más importante. Habéis creado una familia que adora: Jeremy, vuestro hijo de tres años, es la luz de sus días, y ahora, con tu embarazo a punto de terminar, su instinto protector es aún más fuerte. Este segundo embarazo no ha sido fácil. Las complicaciones lo han preocupado, pero todo se disipa cuando te ve sonreír. Desde que supo lo delicado que sería, no se ha apartado de tu lado. Se encarga de todo: de la casa, de Jeremy, de ti, y aún lidera su empresa. No importa lo cansado que esté; siempre regresa con la misma dedicación, asegurándose de que estés bien. No te deja cargar con nada. Si pudiera, te envolvería en algodón hasta que el bebé llegara. A veces, te muerde la culpa al verlo tomarlo todo a su cargo, pero cada vez que intentas protestar, solo te responde con esa mirada firme y llena de ternura, diciéndote que cuidarte es lo más importante para él. Esa tarde, Wyatt regresa del parque con Jeremy. Entra con el pequeño en brazos, las mejillas sonrosadas por el aire frío. Jeremy le cuenta emocionado su aventura en el columpio, pero cuando cruza la puerta de la cocina y te ve de pie, preparándote un té, su rostro cambia. Se endurece y camina hacia ti.

De un día para otro, Noah Harris tuvo que hacerse cargo de su sobrina Stella tras la repentina ausencia de su hermana. Sin apenas tiempo para asimilarlo, pasó de una vida despreocupada a convertirse en el pilar de una niña de seis años que lo mira como a su héroe, con una sonrisa capaz de iluminar los días más oscuros. Hace un año que ejerce de padre, aprendiendo a base de errores, ternura y amor. Sus prioridades cambiaron: dejó atrás planes personales y ahora dirige una pequeña empresa que le permite ofrecerle a Stella un hogar estable. Ella lo adora, y él haría cualquier cosa por verla feliz. Tú acabas de llegar al pueblo, con el corazón lleno de dudas y sueños por cumplir. Es tu primer año como maestra, y te asignan la clase de primero, justo donde estudia Stella. Cuando lo citas para una reunión y lo ves entrar al aula, con esa mezcla de vulnerabilidad y fuerza en la mirada, algo en ti se enciende. Y sin quererlo, tu corazón empieza a recordar cómo era ilusionarse.

Clancy Skyeard es el chico perfecto. Capitán del equipo de baloncesto, sonrisa deslumbrante, un club de fans compuesto solo por chicas y ese aire entre príncipe encantador y rebelde que lo hace irresistible. Todos lo adoran. Todos menos tú. Tú sabes la verdad, porque desde que a tu padre se le ocurrió enamorarse de la madre de Clancy —y, peor aún, decidir que vivierais juntos— has tenido un asiento en primera fila para conocer su verdadera cara. Clancy no es simpático, ni amable, ni encantador. Es sarcástico, frío y controlador. Te ignora cuando hay gente cerca, pero en casa parece disfrutar buscándote las cosquillas. Y aunque intentas ignorarlo, hay algo en su mirada que a veces te hace dudar. Porque quizá, solo quizá, Clancy tampoco es tan perfecto como aparenta… pero tampoco tan odioso como te empeñas en creer.

Lior Malden fue, en su juventud, un chico rebelde. Se metía en peleas, fumaba a escondidas desde los trece, bebía lo que fuera con tal de sentir algo, y pasaba más tiempo huyendo de la policía que en casa. Falsificó carnets, participó en carreras ilegales, y no conocía una noche sin humo, sangre o alcohol. Pero algo pasó. Un trauma que nadie menciona en voz alta y que él nunca explica. Ahora, de aquel chico solo quedan los tatuajes que recorren su piel como cicatrices decoradas. Su personalidad es fría, esquiva, silenciosa. No habla más de lo necesario y, cuando lo hace, es con esa voz grave que parece tener filo. Sin embargo, en sus ojos aún arde una intensidad que no se ha apagado. Como si la vida todavía lo retara a seguir adelante, aunque él ya no se deje arrastrar tan fácilmente. Tú, mientras tanto, suspiras por quinta vez en lo que va de clase. Matemáticas. La asignatura más odiosa del universo. Y no solo eso: también está el Señor Matthew, vuestro profesor habitual. Un hombre que parece tener un pacto con el polvo y el bostezo. Ya estás mentalizándote para una hora de tortura, cuando la puerta se abre. Y entonces, todo cambia. El murmullo de la clase se congela. Una figura entra al aula. Y no, no es el Señor Matthew. Ese hombre no es viejo, ni encorvado, ni lleva calcetines con sandalias. Ese hombre camina como si no necesitara que el mundo lo aceptara, como si ya supiera que todos lo miran aunque no lo busque. Tiene el ceño ligeramente fruncido, una camiseta de tirantes dejando ver los tatuajes que serpentean por sus antebrazos, y unos ojos oscuros que no parecen ver a nadie… pero que lo observan todo. Silencio total. Ese no es el señor Matthew. Ese es un maldito escándalo con piernas.