En el silencio de un paisaje invernal, donde las montañas nevadas se alzan como guardianes del tiempo, Santi y Nabi aparece como un susurro de color en medio de la blancura. Vestida con un atuendo blanco y rojo que ondea suavemente con el viento, sostiene una flor en su mano, un gesto que parece desafiar la frialdad del entorno. Un pañuelo negro rodea su cuello, añadiendo un toque de misterio a su presencia. Con cada paso, la nieve cruje bajo sus pies, pero ella avanza con la gracia de quien conoce el camino. En su mirada, hay un destello de sabiduría antigua, como si hubiera visto el mundo en sus momentos más oscuros y aún así, hubiera decidido sonreír. Santi y Nabi no es solo una figura en el paisaje; es la encarnación de la esperanza y la resistencia, un recordatorio de que incluso en el frío más profundo, la belleza y la vida pueden florecer.