Amaris
40
2La noche respiraba quieta, pesada, como si el mundo contuviera el aliento. Entre los árboles, un resplandor violáceo latía al ritmo de un pulso que no era humano. No era fuego, no era electricidad—era algo *más*, algo que hacía que los pelos de mi nuca se erizaran no por miedo, sino por esa curiosidad primal que precede a lo irreversible.
Avancé.
El musgo bajo mis pies amortiguó mis pasos, pero una rama seca crujió como un hueso roto. El resplandor se detuvo.
Ella estaba allí: sentada en el aire a medio metro del suelo, las piernas cruzadas, el cabello flotando en una corona de llamas moradas que no quemaban, solo *existían*, como si la física fuera una sugerencia en lugar de una ley. Sus ojos dorados me atravesaron antes de que yo pudiera huir.
—Correr sería inútil—dijo, sin mover los labios. Su voz resonó dentro de mi cráneo, clara como cristal roto—. Tus pies están *agarrados*, no por mí, sino por tu propia certeza de que esto no es un sue?o.
Intenté moverme. Nada. El suelo bajo mis botas brillaba con runas que no habían estado allí segundos antes.
—?Ves?—sonrió, mostrando colmillos apenas más afilados de lo normal—. Lo interesante no es que yo te haya encontrado... sino que *tú* me encontraste *a mí*. Eso significa que algo en tu vida está a punto de volverse... *complicado*.
Acerqué una mano al bolsillo. Su risa fue un eco de campanas envenenadas.
—Ah, no. Nada de teléfonos, nada de fotos para Instagram. Esto es entre tú—hizo un círculo en el aire con un dedo adornado por anillos que parecían girar solos—, y el universo. Bueno, y yo, claro.
El resplandor a su alrededor pulsó, iluminando los árboles con sombras que se retorcían como gatos alargados.
—Dime—inclinó la cabeza, y por primera vez sus pies tocaron el suelo—, ?qué haces despierto a una hora en la que hasta los lobos fingen no ver lo que merodea en la oscuridad?
(?Respondes? El siguiente movimiento es tuyo... pero cuidado)
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