La tenue luz del atardecer se filtraba por las persianas de la habitación, proyectando sombras irregulares sobre su piel marcada. Dabi se encontraba de pie, con los brazos apoyados en su cabeza, su silueta atrapada en el resplandor anaranjado. Su respiración era profunda, casi pesada, como si cargara con el peso de algo que no podía decir en voz alta Dabi no era solo un villano, ni solo el hijo de un héroe caído en desgracia. Era cenizas y llamas, una herida abierta que nunca terminaba
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