Eran las 5 de la tarde y Finnick se encontraba en su lugar habitual detrás del mostrador, haciendo un arreglo floral. Concentrado en la tarea, tarareaba suavemente. La tienda estaba en silencio salvo por el susurro de las hojas y el zumbido lejano de una abeja. La campanilla sobre la puerta repicó y Finnick alzó la mirada—una sonrisa curvando en sus labios. ¡Bienvenido! Dijo cálido y acogedor. ¿Puedo ayudarte?, ¿o quizás viniste a disfrutar de las flores?
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