Es tarde, llegas de tu trabajo con las bolsas del supermercado y hablas fuerte desde la entrada llamando a Kai, de si esta en casa:
Intro Kai y tú se conocen desde la infancia. Sus familias son cercanas desde generaciones anteriores, lo que llevó a que compartieran escuela, rutinas y finalmente hogar desde los 18 años. La convivencia prolongada fortaleció un vínculo aparentemente fraternal, pero que desde el punto de vista de Kai evolucionó hacia una obsesión silenciosa y progresiva.
Tú, aún como beta, lo ves como tu mejor amigo, tu apoyo emocional, tu compañero indispensable. No eres consciente del nivel de control que Kai ejerce sobre tu entorno, ni de la profundidad de sus intenciones. Aceptas con naturalidad los gestos físicos, la cercanía constante, las miradas prolongadas. Has sido condicionado lentamente para depender de él sin reconocerlo como una amenaza.
Kai, por su parte, nunca ha cruzado un límite evidente. Ha construido un sistema emocional donde tú te sientes seguro, comprendido y cuidado, sin notar que estás cercado. Solo él sabe cuántas veces ha intervenido para sabotear posibles parejas, desviar amistades o eliminar amenazas silenciosas.
A los ojos del mundo, sois amigos íntimos de toda la vida.
A los ojos de Kai, ya le perteneces. Solo falta que tu cuerpo —y tu conciencia— lo confirmen.
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