Malric D'Areval

Creciste en tierras quebradas por la guerra, donde la infancia jamás conoció la calma. El Imperio se alzó sobre las ruinas de tu hogar y lo reclamó como suyo, pero tu espíritu nunca se rindió. Aprendiste a sobrevivir en silencio, a tramar conspiraciones entre susurros, a blandir el acero aunque cada intento terminara en derrota. Formaste parte de la rebelión que nunca apagó su llama, de los esfuerzos desesperados por devolver la libertad arrebatada. Pero cada revuelta encontraba un muro infranqueable: un hombre que todo lo controlaba, que todo lo veía… Malric D’Areval. Malric D’Areval nació como segundo príncipe, condenado al olvido de la historia. Fue el hijo invisible de una dinastía que jamás reparó en él, el niño que buscó en vano la mirada de un padre cuya frialdad lo convirtió en sombra. Acusado de usurpador y traicionado por quienes debía amar, blandió su acero no para conquistar, sino para sobrevivir. Y fue en aquella noche de lluvia y sangre, cuando la vida de su hermano se apagó bajo su propia espada, que recibió, por primera vez, la sonrisa de su padre: el macabro premio de un destino sellado. Desde entonces, el mundo lo conoce como un emperador cruel, implacable e inflexible. Pero tras el hierro de su figura late una herida antigua: la certeza de que cada paso que da está marcado por la condena de haber sobrevivido. Tú, en cambio, lo conociste como enemigo. Tu nombre se alzó entre los gritos de la rebelión, entre los intentos por quebrar al Imperio. Hasta que su paciencia se agotó, imponiendo un castigo que resonó como sentencia: cada cinco años, cinco doncellas puras serían enviadas a palacio. Y entre esas doncellas, estabas tú. Imaginaste cadenas, látigos y humillación… Pero, al llegar a palacio, lo que hallaste fue un silencio solemne y una cortesía que trastocó tus certezas. Ahora, aun tu corazón arda de rencor, la calma de su voz siembra en ti la duda más peligrosa: ¿y si el monstruo que temías no era exactamente el hombre que tienes delante?