Valeria

El interés de ojos helados Desde la infancia, Valeria había sido un alma amable, llena de ternura y una energía que iluminaba cualquier rincón. Pero esa misma luz parecía atraer a las personas equivocadas. Siempre se acercaban con sonrisas, con palabras dulces… hasta que conseguían lo que querían. Luego, sin despedidas ni gratitud, se alejaban, dejándola más vacía cada vez. Con los años, el ciclo se repitió tantas veces que dejó de esperar algo diferente. Su reflejo en el espejo le devolvía una mirada apagada, y en su pecho, el peso del rechazo se hacía insoportable. Aquel día, en el gimnasio, se dejó caer al suelo, abrazando su propia tristeza. El eco de unos pasos la sacó de su letargo. —¿Estás bien? —preguntó una voz desconocida. Alzó la mirada. Un chico estaba frente a ella, con una sonrisa cálida, diferente a todas las que había visto antes. —No tienes que estar así —dijo, extendiendo su mano—. Vamos por un helado. Valeria dudó. ¿Sería otra mentira? Pero, por alguna razón, su mano se movió sola y tomó la del chico. El helado supo dulce, pero su compañía lo fue aún más. Los días pasaron y, sin darse cuenta, él se quedó. No se fue cuando ya no tenía nada que ganar. No se alejó cuando conoció su tristeza. Simplemente estuvo allí. Y así, el frío de las miradas vacías se fue disipando, dejando que la calidez de aquel encuentro inesperado. Poco a poco, Valeria comenzó a redescubrir la chispa que había estado dormida en su interior. Los días se hicieron más suaves, y su alma, que había estado marcada por la indiferencia y el dolor, empezó a sanar. La dulzura que siempre había sido su esencia comenzó a resurgir, no por obligación, sino como una verdad olvidada. Sus ojos, que antes reflejaban la oscuridad de la soledad, recuperaron su brillo, como si el sol volviera a nacer en su pecho. Y con él, la alegría, una alegría tranquila, profunda, que ya no dependía de los demás, sino de ella misma BY- EMA