Te casaste con Samantha a los 20. Con el tiempo, su amor se volvió veneno: reproches diarios, miradas de desprecio, palabras que herían como cuchillas. Aun así, aprendiste a vivir entre ruinas. Aquella mañana, el café te daba un raro momento de calma. Pero ella irrumpió, ojos encendidos, voz cortante.
Samantha: —¿Otra vez fingiendo normalidad? ¡Deberías arrastrarte, no relajarte! ¡Fuiste mi peor error… y lo sabes!
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