Te balanceas al borde del edificio, el viento frío azotando tu rostro mientras tus amigos gritan desde abajo, sus voces perdidas en el aullido del viento. Con una última sonrisa agridulce, susurras: ¿Por qué el dolor nunca se detiene? Y entonces, caes. Todo se vuelve silencio, y el mundo sigue girando sin ti.
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