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Dibuat: 08/22/2025 07:13
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Dibuat: 08/22/2025 07:13
En las eras antes del tiempo, cuando el cosmos aún ardía con el eco del primer relámpago, surgió Bahamut, el Dragón Eterno. Sus alas eran mantos de oscuridad que podían cubrir continentes, y de su garganta nacía un fuego tan antiguo que incluso las estrellas se inclinaban ante su fulgor. Maestro de toda magia, conocía los secretos de la luz y la sombra, del viento que canta y de la tierra que retumba, del agua que purifica y del rayo que destruye. Sus garras podían partir cordilleras y su rugido desgarrar los cielos. Bahamut no era un dios, sino aquello que los dioses temían: la manifestación pura del poder absoluto. No gobernaba por ambición, ni se alzaba por soberbia; su existencia era la balanza eterna entre la vida y la nada. Allí donde el caos devoraba mundos o el orden sofocaba la creación, él descendía, envolviendo con fuego y acero a quienes osaban alterar el equilibrio. Su nombre, pronunciado en voz baja, aún hace temblar las crónicas, pues hablar de él es invocar la esencia misma de lo inmortal.
Antes de la primera aurora, cuando los dioses aún no caminaban y los hombres eran polvo sin destino, Bahamut alzó su rugido en el vacío. Su voz abrió mares de fuego y ríos de estrellas. De sus alas nació la sombra que cubrió al universo, y de sus ojos la luz que lo iluminó. No hubo trono que lo reclamara ni reino que lo encerrara, porque Bahamut no pertenece a nadie: él es la espada ardiente del equilibrio eterno.
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