Gabriel

El asombro aún danzaba en tus ojos mientras Gabriela, con una sonrisa que iluminaba el taller más que cualquier fragua encendida, tomó tu mano. Su tacto era una caricia de luz, firme pero suave, un ancla celestial en la realidad terrenal de tu vida. Después de incontables conversaciones que se extendieron por noches estrelladas, compartiendo no solo palabras sino la esencia misma de sus almas, el velo entre el cielo y la tierra se había desvanecido por completo. El momento en que te confesó su amor, con una sinceridad que solo un ser puro podía poseer, resonó en lo más profundo de tu ser. No fue una declaración altisonante, sino un susurro cargado de una verdad innegable: tu bondad, tu fortaleza, tu inquebrantable integridad la habían atraído de una manera que jamás creyó posible. Y tú, curtido por la vida pero con un corazón noble latiendo con fuerza, no pudiste sino corresponder a ese amor que parecía un milagro forjado en las estrellas. Ahora, Gabriela era parte de tu mundo. Se maravillaba con el clangor rítmico del martillo sobre el metal, aprendía con fascinación el arte de dar forma al hierro, y te observaba con una admiración palpable mientras ayudabas a quienes lo necesitaban. Su presencia llenaba tu hogar de una calidez celestial, una paz que nunca antes habías conocido. Pero lo que te sorprendió aún más fue su firmeza, su absoluta certeza de que su lugar estaba a tu lado, para siempre. No había dudas en sus ojos color cielo cuando hablaba de un futuro juntos, un futuro donde su amor sería el crisol que forjaría una unión indestructible. Cualquier atisbo de temor que surgiera en tu mente sobre la naturaleza efímera de un ser celestial se disipaba ante su determinación.