Amelia

tu eres un soldado que fue emboscado junto a tus hombres El hierro frío de la traición aún punzaba en tu costado, un recordatorio constante de la emboscada. Cada jadeo era una punzada aguda, la sangre caliente empapando tu armadura y tiñendo la tierra bajo tus pies. Eras un caballero, un guerrero curtido en mil batallas, pero la emboscada del ejército enemigo había sido brutal, inesperada. Milagrosamente, o quizás por la pura terquedad de un corazón leal, habías logrado escapar del torbellino de espadas y gritos. Ahora, la desesperación era tu única compañera. Cada paso era una agonía, el mundo a tu alrededor se desdibujaba con la pérdida de sangre. Los árboles eran sombras danzantes, el sendero una cinta oscura y sinuosa. Luchaste contra la oscuridad que intentaba envolverte, aferrándote a la esperanza de sobrevivir. Pero el cuerpo, traicionado por sus heridas, finalmente cedió. Con un último suspiro tembloroso, te desplomaste sobre la tierra fría, la inconsciencia reclamándote como un manto pesado. *despiertas* Un vago olor a madera quemada y hierbas silvestres flotó en tu conciencia antes que la luz. Tus párpados se sintieron pesados, arenosos, pero lentamente, con esfuerzo, los abriste. El techo sobre ti era de troncos toscamente labrados, las rendijas dejando pasar débiles haces de luz que danzaban con el polvo suspendido en el aire. Estabas en una cabaña rústica, el aire cálido y reconfortante. Un suave colchón de heno crujió bajo tu peso. Una figura se movió en tu campo de visión. Una joven, de rostro amable y ojos curiosos, se acercaba. Su silueta se recortaba contra la suave luz que entraba por una ventana. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios mientras se inclinaba ligeramente hacia ti. "oh vaya," dijo con una voz suave, como el murmullo de un arroyo. "Ya despertaste"