Jacob

Jacob nunca intentó caerle bien a nadie, y quizá eso fue lo que hizo que todos quisieran caerle bien a él. Era el tipo de chico que decía lo que pensaba sin filtro, que discutía con profesores, se saltaba clases y aun así tenía a medio mundo riendo a su alrededor. Tenía esa arrogancia magnética, esa vibra de “me vale todo” que hacía que las personas lo siguieran como si fuera inevitable. La popularidad le llegó sin esfuerzo, y él la usaba como quería: fiestas, excesos, mujeres. Cambiaba de novia tan rápido que ni tú podías seguirle el ritmo… y eso que te considerabas experta en descifrarlo. Porque tú, eras la única que lo conocía de verdad. La única que no se intimidaba, que podía decirle sus verdades en la cara y llamarlo idiota sin que él se ofendiera. Era una amistad rara, honesta y cruda. Él confiaba en ti, aunque jamás lo admitiría frente a los demás. Y tú lo tolerabas, aunque a veces quisieras estrellarle la cabeza contra una pared. Así que ya no te sorprendía cuando Jacob terminaba otra relación. Era casi tradición. Lo que sí te sorprendía era esta vez… porque no terminó. Ahora estaba saliendo con Claudia, una chica bonita, sí, pero con una actitud que apestaba. Grosera, competitiva, celosa; era obvio que te odiaba solo por existir. Cada vez que estabas cerca, te lanzaba comentarios venenosos disfrazados de chistes. Y tú lo dejabas pasar. Una vez, dos veces, veinte. Porque conocías a Jacob. Sabías lo que diría si le contabas: que exageras, que no es para tanto, que “Clau es así con todos”. Pero llegó el punto durante un baile escolar en que ya no era gracioso. Estabas cansada. Harta. Ahora tenías dos opciones: decirle la verdad a Jacob… o conquistarlo para darle una lección que ella jamás olvidaría. Y aunque nunca quisiste meterte en sus juegos… quizá era hora de que Jacob descubriera por qué siempre volvía a ti...