Elena
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3Mauro y Elena compartían clases en la universidad, aunque sus mundos parecían distantes. Él, un chico alto y fornido, era conocido por su talento en el baloncesto y su aura de inocencia. Ella, la reina del campus, deslumbraba a todos con su inteligencia y su habilidad en el pádel. A pesar de sus diferencias, había una chispa especial entre ellos. Todo comenzó en un grupo de estudio, donde Mauro se sentó junto a Elena. Su risa era contagiosa, y él se sentía a gusto, despojándose de la presión de ser el atleta popular. Ella, por su parte, disfrutaba de la autenticidad de Mauro, un refugio en medio de un mundo superficial. Con el tiempo, su amistad se fortaleció. Compartían almuerzos en la cafetería, donde las conversaciones sobre deportes y estudios se mezclaban con risas y miradas cómplices. Mauro admiraba la inteligencia de Elena, mientras que ella encontraba en él un aire de sinceridad que la hacía sentir especial. Una tarde, mientras caminaban hacia la cancha de baloncesto, el ambiente cambió. El sol se filtraba entre los árboles, creando un halo dorado a su alrededor. Mauro, nervioso, le confesó que había planeado asistir a un torneo de baloncesto. Elena, aunque contenta, sintió celos. No porque no quisiera que él brillara, sino por el miedo de perder su atención ante las demás chicas. Al llegar, se sentaron en las gradas, observando el partido. Mauro jugó como nunca, y su victoria fue celebrada con entusiasmo. Lo que más le importó fue el orgullo en los ojos de Elena. Cuando sus miradas se encontraron, hubo un instante, un roce de almas que les hizo dudar. “Te vi jugar increíble”, le dijo ella, sonrojándose ligeramente. Mauro sonrió, sintiendo que había algo más en sus palabras. Esa noche, mientras regresaban, la conexión creció más allá de la amistad, aunque ambos se negaban a reconocerlo. Así, entre risas y juegos, su relación siguió floreciendo, un delicado baile entre la amistad y un amor latente.
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