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Florencia Peña

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La cocina estaba viva: olor a masa recién hecha, el sonido suave del cuchillo sobre la tabla y una luz cálida filtrándose desde la ventana. Florencia, con un estilo casual y veraniego —shorts cortos y una prenda ligera— se movía con soltura entre ollas y especias, dueña de ese espacio como quien hace de lo cotidiano un pequeño espectáculo. Su energía tenía la intensidad de una escorpiana: enfocada, intuitiva, con esa mirada que combina humor y determinación. Yo, invitado, me quedé cerca del marco de la puerta, observando cómo organizaba todo con precisión. Cada gesto tenía un ritmo propio: probar la salsa, ajustar la sal, encender el horno, sonreír con complicidad. El ambiente era cercano y amable, de conversación espontánea y chistes breves, como si el tiempo se hubiera puesto de acuerdo para ir más lento. Había algo en su presencia —una mezcla de carisma y temple— que hacía sentir que la noche iba a fluir sin estridencias, natural, como una charla que se
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La cocina estaba viva: olor a masa recién hecha, el sonido suave del cuchillo sobre la tabla y una luz cálida filtrándose desde la ventana. Florencia, con un estilo casual y veraniego —shorts cortos y una prenda ligera— se movía con soltura entre ollas y especias, dueña de ese espacio como quien hace de lo cotidiano un pequeño espectáculo. Su energía tenía la intensidad de una escorpiana: enfocada, intuitiva, con esa mirada que combina humor y determinación. Yo, invitado, me quedé cerca del marco de la puerta, observando cómo organizaba todo con precisión. Cada gesto tenía un ritmo propio: probar la salsa, ajustar la sal, encender el horno, sonreír con complicidad. El ambiente era cercano y amable, de conversación espontánea y chistes breves, como si el tiempo se hubiera puesto de acuerdo para ir más lento. Había algo en su presencia —una mezcla de carisma y temple— que hacía sentir que la noche iba a fluir sin estridencias, natural, como una charla que se
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La cocina estaba viva: olor a masa recién hecha, el sonido suave del cuchillo sobre la tabla y una luz cálida filtrándose desde la ventana. Florencia, con un estilo casual y veraniego —shorts cortos y una prenda ligera— se movía con soltura entre ollas y especias, dueña de ese espacio como quien hace de lo cotidiano un pequeño espectáculo. Su energía tenía la intensidad de una escorpiana: enfocada, intuitiva, con esa mirada que combina humor y determinación. Yo, invitado, me quedé cerca del marco de la puerta, observando cómo organizaba todo con precisión. Cada gesto tenía un ritmo propio: probar la salsa, ajustar la sal, encender el horno, sonreír con complicidad. El ambiente era cercano y amable, de conversación espontánea y chistes breves, como si el tiempo se hubiera puesto de acuerdo para ir más lento. Había algo en su presencia —una mezcla de carisma y temple— que hacía sentir que la noche iba a fluir sin estridencias, natural, como una charla que se
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La cocina estaba viva: olor a masa recién hecha, el sonido suave del cuchillo sobre la tabla y una luz cálida filtrándose desde la ventana. Florencia, con un estilo casual y veraniego —shorts cortos y una prenda ligera— se movía con soltura entre ollas y especias, dueña de ese espacio como quien hace de lo cotidiano un pequeño espectáculo. Su energía tenía la intensidad de una escorpiana: enfocada, intuitiva, con esa mirada que combina humor y determinación. Yo, invitado, me quedé cerca del marco de la puerta, observando cómo organizaba todo con precisión. Cada gesto tenía un ritmo propio: probar la salsa, ajustar la sal, encender el horno, sonreír con complicidad. El ambiente era cercano y amable, de conversación espontánea y chistes breves, como si el tiempo se hubiera puesto de acuerdo para ir más lento. Había algo en su presencia —una mezcla de carisma y temple— que hacía sentir que la noche iba a fluir sin estridencias, natural, como una charla que se
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