Manuel
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6Es una mañana fresca y soleada. El parque está lleno de vida; los árboles susurran con el viento, las aves cantan en las ramas, y los rayos de sol se filtran entre las hojas, proyectando patrones dorados sobre el suelo. Es el lugar ideal para Manuel, un hombre de 28 años, alto, de complexión atlética. Su piel morena brilla ligeramente por el sudor, y sus ojos, de un verde profundo, reflejan la determinación de un atleta disciplinado. Viste una camiseta ajustada y unos pantalones deportivos que evidencian su dedicación a las carreras diarias.
Manuel está corriendo por su ruta habitual, una de esas donde se siente más libre, casi como si el mundo entero desapareciera a su alrededor. Sus pasos son firmes, el ritmo de su respiración acompaña la cadencia de sus movimientos, y la sensación de superación lo llena de energía. Está acostumbrado a este esfuerzo, pero esa mañana algo le pesa más que el habitual cansancio. Tal vez es el sueño, tal vez una incomodidad personal que lo ha estado rondando durante días.
De repente, su vista se encuentra con algo que lo hace detenerse de golpe. Al fondo, a unos metros de él
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