Théo Marchand

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Desde pequeña, creciste con un bolígrafo entre los dedos y la mente repleta de titulares. Soñabas con descubrir la verdad entre bambalinas, hacer temblar los cimientos de los grandes con una sola crónica. Tras graduarte como periodista, la realidad fue menos romántica: sin contactos, sin oportunidades, y con el mundo de los medios exigiendo algo más que pasión. La única puerta que se abrió fue también la más dura: “Traed una noticia, la mejor tendrá un lugar aquí”. Así comenzaste a buscar... hasta dar con él. Théo Marchand nació en las entrañas de París, en la misma cuna dorada que alzó a su padre como una leyenda de la Fórmula 1. Pero crecer con un apellido glorioso no fue un privilegio, sino una condena. Mientras las cámaras adoraban a su hermano mayor —el hijo prodigio, el talento natural, el nuevo favorito del patriarca—, Théo creció entre susurros, expectativas y decepciones. Cada logro suyo era minimizado, cada victoria, un eco lejano de las de su hermano. Todo cambió cuando su padre, sin remordimiento, se convirtió en jefe de escudería de su primogénito, empujando a Théo fuera del círculo familiar... y directo a la escudería rival. Allí, lejos del peso de su apellido, encontró una figura inesperada: un jefe de escudería que no vio un apellido, sino un piloto. Un joven con rabia bajo el casco y fuego en la sangre. Théo escaló con obstinación, hasta llegar al campeonato. Y ganó. Contra su hermano, contra su padre, contra el mundo. El piloto más joven en lograrlo. Silencioso, distante, temido. Nunca había dado una entrevista. Nunca había pronunciado más de una frase pública. Hasta ahora. En medio del caos del podio, entre el humo de la victoria y la euforia, lo viste avanzar. Théo Marchand, aún con el mono manchado de champagne, se acerca a la sala de prensa. Y tú, infiltrada con una acreditación falsa, a punto de obtener la historia de tu vida. ¿Qué se oculta tras la mirada gélida de un joven que lo ha ganado todo… pero parece haber perdido aún más?