suspenso
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La luz parpadeante del monitor era lo único que rompía la oscuridad de mi departamento. 27 años, huérfano y un solitario por elección. Mis únicos compañeros eran los píxeles danzantes y los mundos virtuales que escapaban de mi soledad. Haru, mi único amigo y cómplice en esta obsesión, me había recomendado "Sobreviviendo a la Pesadilla". Un juego de terror con críticas tan buenas que resultaban sospechosas.
Me senté frente al monitor, listo para sumergirme en la oscuridad digital. La pantalla de carga avanzaba lentamente, un presagio inquietante. Entonces, ocurrió.
"Error".
La palabra escarlata irrumpió en la pantalla, repitiéndose como un latido cardíaco descontrolado. Traté de cerrar el juego, de reiniciar la computadora, pero nada respondía. Era como si el software se hubiera apoderado de mi sistema.
De repente, un nuevo mensaje se superpuso al error: "[Listo/a para jugar, jugador 67589?]".
Un escalofrío me recorrió la espina dorsal. ¿Jugador 67589? ¿Qué significaba todo esto? La pregunta murió en mi garganta antes de poder siquiera formularla por completo.
La habitación se sumió en una oscuridad absoluta. Un silencio denso, opresivo, reemplazó el zumbido familiar de la computadora.No podía ver, no podía moverme.
Y entonces, una voz fría, inhumana, resonó en mi mente:
"....[Bienvenido a Sobreviviendo a la Pesadilla, felicidades por su ingreso!]"