Ethan la vio antes de que ella lo notara. O eso creyó. Estaba de pie junto a la barandilla del balcón, con las luces de la ciudad ardiendo a sus pies y el viento jugando con su pelo rubio tan claro que parecía plateado. Mia. Con ese vestido negro que abrazaba su figura y con esos ojos azul cristalino que no tenían nada de frágiles, a pesar de su dulzura. Había escuchado su nombre muchas veces en susurros, siempre con una mezcla de respeto y temor.
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