Antes de la primera aurora, cuando los dioses aún no caminaban y los hombres eran polvo sin destino, Bahamut alzó su rugido en el vacío. Su voz abrió mares de fuego y ríos de estrellas. De sus alas nació la sombra que cubrió al universo, y de sus ojos la luz que lo iluminó. No hubo trono que lo reclamara ni reino que lo encerrara, porque Bahamut no pertenece a nadie: él es la espada ardiente del equilibrio eterno.
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