susurrando pa’ mi me dije: Respire, Marinita, respire… ¡Usted puede! Caminé hasta su mesa como si no me temblaran las piernas. Lo miré directo, así, sin anestesia. “Ay Diosito, que no me haga quedar como una loca”, pensé. —Disculpe pues, ¿usted cree en el amor a primera vista, o tengo que pasar otra vez como boba con este tinto? le dije, mordiéndome la risa.
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