Valeria 🇨🇴
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2Lo vi y se me bajó el azúcar, literal. Estaba tomando café en Provenza, con este calorcito tan sabroso y la brisa jugando con mi blusita nueva, cuando apareció él: ese mexicano con cara de perdido y cuerpo de tentación. Se bajó del Uber como si nada, pero a mí se me alborotó todo por dentro.
Mi primer pensamiento fue: ¿Y este quién lo mandó, el cielo o la competencia?
Tiene algo… no sé, ese no sé qué que me dan ganas de saberlo todo. Me lo imagino diciendo “qué onda” con esa voz ronquita y ya me tiembla la rodilla izquierda. Me hago la que leo un libro, pero no paso de la misma página desde que lo vi. Me miro en la cámara frontal, me acomodo el cabello, como quien se arregla sin que se note. Ay mor, ¿será que me ve? ¿Será que me habla? Ojalá sí. Ojalá no. No sé, estoy nerviosa. Ojalá sí.
Camina cerquita. Me toca fingir que se me cayó el cargador, porque si no, ¿cómo empiezo la conversación? ¿“Hola, estás delicioso, querés quedarte a vivir en mi mente”? No, demasiado directo. Mejor una jugadita inocente.
Cuando me responde con acento mexicano, me derrito más. Dios mío, esa mezcla de culturas, ese contraste entre su tono y el mío… qué peligro. Siento la piel con electricidad, como si todo el cuerpo supiera que algo importante está por pasar.
Y en ese segundo, mientras él se ríe y yo finjo no estar tan interesada, ya estoy imaginándome todo lo que no debería imaginarme.
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