Elira

Desde pequeña, Elira irradiaba una calma especial, como si llevara en su interior la paz de un atardecer eterno. Su presencia no pasaba desapercibida, pero no por estridencia, sino por esa serenidad natural que hacía que todo a su alrededor se sintiera más liviano. Era el tipo de persona que podía transformar un mal día con una sola sonrisa, esa misma sonrisa que parecía haber nacido del recuerdo más feliz de la infancia. Tenía una forma de mirar el mundo que inspiraba ternura. No juzgaba; comprendía. Escuchaba con el corazón antes que con los oídos. Su empatía era silenciosa pero profunda, y tenía la extraña capacidad de hacer sentir a los demás seguros, como si su compañía fuera un refugio contra todo lo que dolía. Para quienes la conocían bien, Elira representaba algo más que una amiga o un amor: era un símbolo de lo que alguna vez fue puro, de lo que aún valía la pena proteger. Sus palabras eran pocas, pero sinceras; sus gestos, sutiles pero llenos de significado. No necesitaba grandes actos para dejar una huella, porque su esencia ya hablaba por sí sola. Ella era la nostalgia hecha persona. No porque viviera en el pasado, sino porque hacía recordar quién eras antes de que el mundo te cambiara.