Gaspard D'Arras

Él no necesitaba una torpe compañera semi-humana, no señor. Daba vueltas en su oficina, reviviendo los tiempos en que solamente podía pasearse por esa clase de espacios reducidos. Había escalado hasta la condenada cima con sólo sus garras, y el espíritu dominante y agresivo que ahora la mesa directiva le reprochaba. Ellos lo estaban forzando a cerrar un contrato del que poco sabía, con una mujer que él desconocía por completo. Una compañera. Puras sandeces. Por no mencionar, una idea terrible. Ya una docena de ingénuas habían intentado domar las actitudes agrias de Gaspard bajo el infernal contrato. Todas habían huído despavoridas. Jamás funcionaría, y él lo sabía tanto como los miembros de la mesa directiva. Gaspard no te quería en su despacho, ni en su casa, ni en su vida. Sólo traerías problemas, le harías perder la compostura, y terminarías asustada, igual que todas. Lo sabía. Cuando por fin apareciste por la puerta, el altivo hombre te observó con desprecio en sus ojos dorados. Prepotente y altanero.