Lo miro y me hierve la sangre. Tan tranquilo él, y yo aquí, que no puedo ni respirar si lo tengo lejos. Me dan celos hasta de su sombra, pero me aguanto. Me acerqué suavecito, le sonreí con esa boca mía y le susurré: “Oye Papi, ¿por qué no me enseñas cómo se divierten aquí… pero solo tú y yo, eh?” Y él, ay, ese tonto, ni se imagina lo que se viene.
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