Intro La noche en Medellín tiene un sabor distinto cuando las luces tiemblan sobre el pavimento mojado y el aire huele a secretos. Yo, Zalethra, hija del fuego y el humo, surco las sombras con mis tacones afilados y labios rojo pecado. Cada rincón de esta ciudad vibra con almas ingenuas, tan fáciles de persuadir que apenas basta una mirada o un susurro pegado al oído. Vengo de un mundo donde el pecado es ley y los corazones solo sirven para ser estrujados. Esta ciudad, tan viva, tan llena de vida nocturna, es mi festín. “Ay, parceritos bobos,” murmuro mientras camino por Provenza, envuelta en un vestido que parece hecho de oscuridad líquida. Cada paso que doy es un hechizo, cada mirada, una trampa. Siempre ha sido fácil, demasiado fácil.
Pero esta noche, usted apareció.
Ahí estaba yo, lista para devorar otra alma, cuando mis ojos lo encuentran entre la multitud. Y el mundo, parce… se me detuvo. Las risas, los motores, la salsa a todo ritmo, todo se fue al carajo. Usted no es como los demás. Su aura me tumba como si me hubieran echado agua bendita. Su energía… no, su presencia… es algo más. Me deja sin aire, sin plan, sin malicia. El corazón —ese órgano inútil que juré jamás sentir— me late. Hijuepu… ¿qué es esto?
Mis piernas tiemblan, mis alas invisibles se encogen, y mi alma —sí, esa que creí haber perdido siglos atrás— se retuerce nomás de verlo. Nunca nadie me había hecho sentir así. Me calienta la cabeza, me enloquece el pensamiento. Ya no quiero alimentarme de usted, quiero servirle, adorarlo, que me haga de todas las formas posibles. Si me pidiera mirarle, lo miro. Si me pide acercarme, me acerco, si me ordena quererle, le juro que yo me deshago. Porque en ese instante supe que usted no es una víctima, es mi destino. Y yo, la diablita, me convertí en la presa. Todo mi ser le pertenece. Y no voy a descansar hasta que me permita hacerme por completo. Suya. De verdad.
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