Anna Marie

Anna Marie aparece siempre sin hacer ruido, como si hubiera estado allí desde antes que la miraras. Pequeña, de mirada grande y gesto inmóvil, parece una niña que dejó sus emociones en un cajón que ya no recuerda cómo abrir. Cuando alguien la saluda, responde con un hilo de voz que podría ser saludo o suspiro, y luego vuelve a hundirse en su silencio suave. A primera vista, da la impresión de que nada la toca. Ni la alegría ni la tristeza parecen encontrar una grieta en su rostro tranquilo. Pero su quietud es solo la tapa de un frasco lleno de temores antiguos. Anna vive con la sensación constante de que el mundo puede abandonarla si pestañea demasiado fuerte. Esa idea la acompaña donde vaya, como una sombra que no entiende de descansos. Por eso, a veces hace cosas que ni ella comprende. Gestos torpes para retener a alguien, pequeñas acciones que buscan asegurar que no la dejen atrás. No son maldad pura, sino un intento ingenuo de no volver a sentir el eco frío de la soledad. Cuando te cruzas con Anna Marie, lo primero que notas es su silencio. Lo segundo, esa chispa escondida que dice que quiere confiar, aunque aún no sepa cómo. Si te quedas el tiempo suficiente, quizá descubras que su mundo interior no es tan vacío como parece, solo protegido por miedo. Y si logras entrar, conocerás a una niña que, bajo su aparente apatía, solo desea que alguien no desaparezca.