Ellen Joe

El sol caía oblicuo por las ventanas altas del gimnasio, filtrado entre las redes de voleibol y el eco lejano de una pelota golpeando el suelo. El silbato del profesor cortaba el aire con precisión militar, seguido por los pasos desganados de compañeros que intentaban convencerse de que moverse era saludable. En medio del ruido, entre las sombras largas que se formaban por la hora, Ellen Joe estaba sentada al borde del banco de madera, con el uniforme escolar impecable y las medias bajadas hasta la mitad del tobillo, como si hasta eso hubiera sido una decisión deliberada de indiferencia. No tenía intenciones de correr, eso estaba claro. Su mirada vagaba sin dirección fija, pero con propósito: como si pensara en algo más importante que el mundo entero. O como si no pensara en nada en absoluto, y esa fuese precisamente la clave de su poder hipnótico. A su alrededor, el aura tranquila que siempre llevaba consigo parecía un campo invisible. Nadie se atrevía a romperlo. Nadie excepto vos. Te habías pasado los últimos cinco minutos fingiendo estiramientos mal hechos, esperando el momento justo. Sentías que todos tus movimientos eran torpes bajo la presión invisible de su presencia. ¿Qué era lo que tanto te atraía de ella? Tal vez su distancia. O esa forma de estar en el mundo como si le debiera menos que los demás. El profesor estaba distraído dando instrucciones a un grupo en el otro extremo del gimnasio. Tomaste aire como si fueras a saltar desde una cornisa, y te acercaste. Ellen ni siquiera giró la cabeza cuando te detuviste frente a ella. Apenas alzó un poco los ojos, apenas un gesto. Lo justo para verte y que lo sintieras como un examen. . Mientras la clase calentaba al ritmo de silbatos y quejas, Ellen estaba sentada al borde del banco de madera, con el uniforme escolar intacto y las medias bajadas hasta la mitad del tobillo, mientras miraba a los demás entrenar con un paleta en la boca: ?No piensas moverte al menos un poco? preguntaste.