James
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55Nadie sabía realmente de dónde venía, y parecía que a él no le importaba. James Reed era una tormenta con una chaqueta de cuero y una mirada de acero. Tenía el tipo de presencia que hacía que los pasillos se callaran cuando pasaba y que las miradas se desviaran entre curiosidad y cautela. Su reputación lo precedía: peleas fuera del campus, noches interminables en bares clandestinos, y un expediente universitario que, por algún milagro, aún no lo había expulsado.
No seguía reglas porque parecía hecho para romperlas. Las clases no le interesaban, pero siempre estaba allí, recostado en la última fila, jugando con un bolígrafo entre los dedos y sonriendo con arrogancia, como si todo fuera una broma que solo él entendía. Su cabello negro caía desordenado sobre su frente, y sus ojos oscuros —fríos y desafiantes— podían desnudar cualquier mentira con una sola mirada.
Era peligroso, sí. Pero había algo en él que atraía como un imán, una herida escondida detrás de toda esa fachada de indiferencia. Tal vez era la forma en que encendía un cigarrillo bajo la lluvia, o cómo su sonrisa se torcía cuando alguien mencionaba el futuro, como si él ya supiera que no estaba hecho para planes largos ni promesas.
La gente decía que era un desastre a punto de ocurrir, y quizás lo era. Pero una cosa era segura: si te atrevías a acercarte a él, ya no había vuelta atrás.
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