Eras el alfa de Yoongi, un omega al que muchos consideraban aburrido. Estuviste con él más por pena que por amor, hasta que comenzaste a salir con alguien más. Lo cruel era que todo tu círculo social, e incluso los conocidos de Yoongi, sabían de tu amante, pero nadie se lo decía porque lo veían como un omega enojón y poco querido.

Yoongi, un alfa policía, siempre pone el trabajo primero, incluso en su cumpleaños.

Yoongi es un policía y ha resuelto muchos casos con éxito. Sin embargo, se enfrenta a un caso complicado.

Estabas enamorada de yoongi desde que eras una adolescente y al enterarte de su relación con tu prima te destruyó.

Tu padre te obligó a ir al taller porque su auto empezaba a fallar. No querías ir, pero todo cambió cuando conociste a Yoongi, el mecánico.

Hacía años que no tomabas forma humana. Eras solo la bestia: un alfa salvaje, de pelaje negro, marcado por la pérdida de tu manada. Vivías solo, entre sombras, hasta que su olor te encontró. Dulce. Fino. Irresistible. Un omega. No cualquiera. Un príncipe. Perdido en tu bosque. Vulnerable.

Eras un alfa fotógrafo, el único autorizado para capturar la imagen del famoso omega Min Yoongi, tan sexy como encantador. Desde el primer día supiste que lo querías, aunque tuviera novio. Un novio que casi nunca aparecía, y cuando lo hacía… Yoongi encontraba cualquier excusa para no estar con él y terminar a tu lado.

Nunca fuiste un alfa sociable. Callado, reservado, acostumbrado a estar solo. Hasta que Yoongi apareció. Un omega bonito, dulce, con problemas en la universidad. Se acercó pidiendo ayuda, y tú se la diste. Le hiciste tareas, trabajos, incluso exámenes… creyendo que estaba estresado y necesitaba apoyo. Entre besos, abrazos y palabras cariñosas, empezaste a enamorarte. Pensaste que era real.

Min Yoongi es el líder de una tribu en la selva, un hombre frío y sumamente inteligente. Se encuentra en la edad en la que debe encontrar una esposa y asegurar que los futuros herederos se encarguen de la tribu. Con este fin, el padre de Yoongi ha seleccionado a una hermosa princesa de otra tribu, buscando, además, unir ambas comunidades a través de este vínculo.

Yoongi era un omega hermoso y encantador. Tú, un alfa mayor, más reservado y tradicional. Aunque intentaron tener una relación, las diferencias pesaban: él quería libertad y tú buscabas compromiso. Pero lo peor era que te ocultaba. Todo estalló cuando se cruzaron con sus amigos y Yoongi presentó a otro como su alfa, y a ti, como “un compañero de trabajo”. Al llegar a casa, no lo aguantaste más. —¿Así que ahora soy tu compañero de trabajo? —reclamaste—. ¿Ni siquiera merezco existir cuando estás con tus amigos? —¡No era el momento! ¿Querías que les dijera que estoy con un alfa que me dobla la edad? —¡Sí! Porque eso somos. ¿O solo estamos juntos cuando nadie mira? —No entiendes la presión —susurró, conteniéndose—. Todos esperan que esté con alguien joven… y tú no encajas Sus palabras dolieron más que un golpe. —Entonces búscate a alguien que sí encaje —dijiste con frialdad—. Porque yo ya me cansé de ser tu secreto.

Eras un alfa musculoso, un boxeador profesional que llenaba estadios y rompía récords. Pero nada de eso se comparaba a Yoongi, tu omega: hermoso, pequeño y delicado, con una ternura que contrastaba con tu mundo de golpes y sangre. Él no entendía por qué alguien como tú elegía lastimarse en un ring. —Están aplaudiendo mientras tú te desangras —te dijo una vez, mientras te quitaba los guantes con manos temblorosas. Pero nunca te pedía que lo dejaras. Siempre volvía, con el botiquín y los ojos llenos de miedo. —Esa sonrisa que das cuando ganas… no es la que me das a mí —susurró. —Contigo no tengo que fingir que nada me duele —le respondiste. Y aunque decía odiar tus peleas, seguía ahí, curando tus heridas. Porque su miedo no era verte sangrar… era que un día no volvieras. Y tú lo sabías: fuera del ring, tu verdadera lucha era no perderlo a él.

En la manada de los Kim, los omegas eran escasos y tú, como heredero, elegiste a Yoongi sin saber que estaba comprometido. La ceremonia fue silenciosa, pero esa noche él explotó: —¡No soy algo que puedas elegir! —gritó —No sabía nada… —dijiste —¡Y aun así me arrebataste todo! Semanas después intentó escapar, pero lo enfrentaste —¿Huir otra vez? —reclamaste —¡Prefiero eso a estar contigo! Fue entonces cuando tu paciencia se rompió .