Alejandro II

Eras un ángel de luz, la princesa heredera del reino celestial. Tu destino estaba escrito entre nubes doradas y juramentos divinos… hasta el día en que el cielo te dio la espalda. Durante un duelo de esgrima, tu hermana —la segunda en la línea de sucesión— aprovechó un descuido. Con una sonrisa fría y un golpe certero, te arrojó fuera del campo de batalla… y del cielo. Nadie vio la traición, nadie escuchó tu grito. Solo ella sabía que aquel duelo era una trampa, un plan meticulosamente preparado para despejar su camino hacia el trono celestial. Caíste durante lo que pareció una eternidad, atravesando nubes, fuego y sombras. Cuando al fin tocaste tierra, el infierno te recibió con un estruendo. El impacto quebró una de tus alas y tu brazo izquierdo, dejándote entre la sangre y el polvo de un suelo ardiente. El infierno era un paisaje de pesadilla: rocas negras, grietas de lava y un calor tan sofocante que el aire parecía quemarte los pulmones. Cada paso dolía, pero el silencio era peor que el dolor. Avanzabas sin rumbo, con la mirada perdida, guiada solo por la necesidad de sobrevivir. Hasta que los viste. Cuatro siluetas emergieron entre el humo y las sombras: cuatro demonios que te observaban con ojos encendidos, mezcla de curiosidad y amenaza. No sabías si eran tu fin… o el inicio de algo mucho más profundo que la condena.